lundi 24 décembre 2012

La tercera edad de la Revolución


La tercera edad de la Revolución

 | Por Juan Antonio Madrazo Luna
LA HABANA, Cuba, diciembre, www.cubanet.org -La tercera edad suele ser una etapa de la vida en la cual aparecen muchos cambios. Van desde la pérdida de seres queridos, la soledad y el síndrome del nido vacío, la imposibilidad de un rol económicamente activo, debido a la jubilación, o cambios físicos, e incluso discriminación por parte de los familiares, lo cual influye en el ánimo y la salud de quienes los sufren.
Caminar pausadamente por La Habana nos permite sumergirnos en territorios e imágenes que no aparecen jamás en los medios. Imágenes que están ahí, al alcance de nuestra mano. Asusta muchísimo apreciar la ciudad desfallecida que yace ante nuestros ojos. Una Habana en la cual muchos ancianos no encuentran protección para las crueldades de la vida cotidiana.
Se asoma otra vez el invierno, y se ha convertido en algo común ver a esos ancianos abandonados a su suerte, en cualquier calle o portal de La Habana, entre las ruinas de un derrumbe y a cualquier hora del día y de la noche, ante la  indiferencia de todos. Pero ahí están, hurgando en los contenedores de basura, en busca de algún alimento u objetos para su uso personal, o para venderlos en algún centro de reciclaje y ganar unas monedas.
Ancianos con la piel maltratada por el hambre y por la frialdad del suelo donde duermen, sin ilusión alguna en sus ojos. Con botas cosidas con alambre, con trapos viejos y sucios como vestimenta, sin hablar pregonan su agonía y se desplazan dando tumbos por toda la ciudad.
Muchos de ellos consagraron su juventud a la construcción del paraiso socialista que les prometieron, confiados en un futuro que muy tempranamente se les confiscaba. Participaron en “tareas revolucionarias de vanguardia”, en “misiones internacionalistas” en Angola y Etiopia, en las que arriesgaron sus vidas, en zafras millonarias, movimientos agrícolas, megaplanes demenciales, etc.
Hoy es común verlos en cualquier punto de la ciudad, particularmente los de grandes poblaciones flotantes y centros comerciales, en los portales de las tiendas de San Rafael y Obispo, o en Galiano, Infanta y Monte, en los hospitales Hermanos Amejeiras y Comandante Manuel Fajardo, o en los alrededores de la heladería Coppelia. En fin, por toda la ciudad.
De esta una cruel realidad los medios oficiales nunca hablan. Realidad que el gobierno trata de esconder, pues, para la sociología y la prensa revolucionarias, la pobreza y la indigencia son lacras típicas de las sociedades capitalistas. Pobreza, indigencia y mendicidad son oficialmente palabras obscenas, prohibidas en el ficticio paraiso revolucionario.
Es significativa la cantidad de ancianos que perdieron el derecho legal a su vivienda, y otros el vínculo legal y afectivo con las personas con las cuales convivían, que, en medio de esta crisis nacional, los han abandonado a su suerte.
Pero no recuerdo haber visto una sola denuncia, un solo reportaje, en lo medios oficiales sobre tan cruel realidad.
Muchos de ellos, marcados por el desajuste emocional, los estados depresivos, el alcoholismo, la ansiedad y los trastornos psiquiátricos, muestran sus cicatrices y se vanaglorian de sus heridas. Pedir limosna es ahora parte de la rutina de sus vidas, sobre todo cuando se acercan las festividades navideñas.
Me tortura la idea de que, en medio de la insensibilidad provocada por esta angustiosa crisis permanente en que vive la Nación, somos muy pocos quienes prestamos atención a la angustia de estos cuerpos ultrajados por el hambre, el frío y la intemperie, que pululan, como zombies, por entre las ruinas de nuestro decadente “paraiso proletario”.

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