vendredi 25 janvier 2013

Carromero, Cuba y España: razones y pasiones con una Madrastra patria

Carromero, Cuba y España: razones y pasiones con una Madrastra patria


Por Carlos Cabrera Pérez
Que no en vano entre Cuba y España/
 tiende inmenso sus olas el mar.
José María Heredia, Himno del desterrado


La escena de este miércoles sirvió para confirmar el pronóstico derivado del caso de Angel Carromero. El político de Nuevas Generaciones del Partido Popular (PP), condenado a cuatro años de cárcel en Cuba y entregado a las autoridades españolas para concluir su condena en régimen abierto, asistió a su primer acto público.

Carromero concurrió al homenaje organizado en el territorio histórico de Guipúzcoa, en el País Vasco, en memoria del edil y teniente Gregorio Ordónez, asesinado por ETA hace 18 años. Lo hizo acompañado de Esperanza Aguirre, presidenta del PP en Madrid y promotora el indulto para el dirigente juvenil. Tras concluir la ofrenda floral, Carromero se marchó en silencio, eludiendo hacer declaraciones a los ávidos periodistas.

El compromiso entre La Habana y Madrid sigue cumpliéndose al pie de la letra, al menos por ahora.

El pacto fraguado para facilitar que Carromero regresara a casa confirmó que hace tiempo Cuba dejó de ser una prioridad en las agendas diplomáticas occidentales y que una buena parte de las organizaciones del exilio cubano sigue creyendo -erróneamente- que los partidos de derecha son sus aliados naturales.

Sin derecho a dictar políticas


Los intereses del Reino de España en Cuba son diferentes a los del exilio y su abanico de organizaciones, entre otras razones porque los cubanos que no compartimos la ideología del castrismo hemos encontrado acogida en numerosos países democráticos, pero eso no nos confiere el derecho de dictar -a nuestra conveniencia- la política exterior de un Estado soberano.

En el caso de España, el tema es más complicado porque la isla siempre ha sido un tema de política doméstica debido a los históricos lazos, incluso familiares, entre ambas naciones por más de cinco siglos, y a los intentos neocoloniales de Felipe González, Manuel Fraga y José María Aznar, entre otros, de aparecer como la solución del caso Cuba ante los que mandan en el mundo.

Pero ni la mano dura ni el diálogo crítico han debilitado a la dictadura más longeva de Occidente, amparada en la simpatía antinorteamericana de buena parte del mundo, pero sobre todo, en nuestra incapacidad para derrotarla. Solo la crisis económica estructural ha hecho posible las reformas recientes tras comprobar el raulato que Venezuela es finita y que ya no cuentan con la llamada “Reserva de guerra” made in URSS que tenían en 1989.

También es cierto que la mano dura y el diálogo crítico se han quedado en gestos simbólicos, más que en tesituras complicadas para La Habana, pues ni a socialistas ni a populares españoles se les ha ocurrido, por ejemplo, usar la Secretaría Iberoamericana Permanente, encargada de organizar y dar seguimiento a las cumbres regionales, para crear un mecanismo de intercambio entre militares.

Militares en transición


España, Portugal, Brasil, Argentina, y Chile -por solo citar algunos ejemplos- tienen experiencia contrastada en el tránsito pacífico de dictaduras militares a democracias, un hecho que podría ayudar a los militares cubanos a entender su papel en la transición y en la democracia.

La Habana reaccionaría con recelo y escogería a los altos cargos castrenses para tan delicada misión. Pero si lo hace mensualmente con los jefes norteamericanos de la Base Naval de Guantánamo tampoco vería mayores inconvenientes, y la democracia podría ir contaminando paulatinamente a una parte de la cúpula militar castrista, que ahora mismo vive con la duda de cómo será su encaje en una sociedad pluripartidista.

En el caso cubano, cualquier camino de transición democrática debe contar con el ejército, porque encarna la vertebración nacional, y porque ha sido el protagonista del mayor y discreto ensayo general del capitalismo en Cuba, mediante el llamado Sistema de Perfeccionamiento Empresarial.

Así las cosas, y con el capitalismo financiero fracasado por una crisis sistémica que facilitará incluso el ascenso de China como gran potencia mundial en el 2016, pese a sus carencias en materia de libertad, derechos humanos, respeto al Medio Ambiente y energía, Cuba es un asunto diminuto en la agenda internacional.

Tampoco es que Cuba sea un mercado como los países del Golfo Pérsico o la propia China para las empresas españolas, pero los empresarios que están en la isla presionan al gobierno español para que no apriete demasiado las tuercas a Raúl Castro, porque dependen de una buena relación para mantener equilibrados sus números y con un argumento de ciencia ficción: “Tenemos que estar allí, antes de que lleguen los americanos”.

Estrategia versus algarabía


Entonces, ¿qué falla, en los cubanos opositores al castrismo? El diseño de una estrategia política sensata, que cierre al castrismo el discurso obsoleto de que todo obedece a un conflicto bilateral con Estados Unidos, y que reclame a La Habana -sin algarabías, pero de forma constante y respetuosa- su papel como interlocutor en los asuntos cubanos.

Ello no implica dar un portazo a los partidos políticos europeos y norteamericanos. Pero lo real en política es lo que no se ve, y ahora mismo, Raúl Castro -aunque nos duela- es el que mejor garantiza a Barack Obama y a la Unión Europea la estabilidad de Cuba y la estabilidad de Venezuela, que no es poca cosa con la que está cayendo en otras regiones con el avance de los islamistas radicales, como ocurre en Mali y Argelia.

Washington y Bruselas pensaron erróneamente que la Primavera Árabe contribuiría a contener a los islamistas radicales. Se equivocaron, como se equivocó George W. Bush al derrocar a Saddam Hussein, quitando el tapón cristiano que contenía a los chiitas, apoyados por Irán.

Por supuesto, que Raúl Castro sabe todo esto y ha ordenado a su vicepresidente económico que desempolve y actualice la propuesta que en su día hizo a Fidel Castro el ex ministro socialista español, Carlos Solchaga, para cambiar la economía cubana. Pero los tiempos han cambiado y el heredero de la dinastía sabe que la liberalización económica puede matarle dos pájaros de un tiro: mejorar la vida de una parte de los cubanos y darle una cierta legitimidad política ante Occidente, que es el tiempo que necesita para intentar poner la casa en orden.

¿Denunciante o interlocutor?


La mayoría de los políticos occidentales, amparados en el pragmatismo y en sus propios intereses, aplaudirían una reforma económica radical, aunque ello implique que los sectores más desfavorecidos del pueblo cubano -negros, mulatos, jubilados, enfermos crónicos, jóvenes con escasa instrucción y madres solteras sin estudios- paguen los mayores costes de las urgencias de Raúl Castro.

Pero ahí es donde el exilio, el inxilio y la oposición democrática pueden desempeñar un papel activo y dejar de ser un mero denunciante para convertirse en un interlocutor reconocido y respetado en los temas cubanos. El exilio tiene un peso específico en la economía cubana y en la propia sobrevivencia del régimen totalitario.

Los inxiliados son la mayoría de la población cubana y la oposición pacífica tiene que transformarse y convertirse en la voz de todos, incluso de los desgraciados miembros de las Brigadas de Respuesta Rápida, que muchas veces no tienen ni para desayunar.

La jugada no será fácil. Costará trabajo ser tenidos en cuenta en el Departamento de Estado y en la Comisión Europea, pero si ha fracasado ya el mercado como elemento autoregulador de las sociedades y las recetas más ortodoxas del FMI y del Banco Mundial, ¿por qué debemos admitir que el tardocastrismo apueste por ello, con disimulo y encubriéndolo con la letanía de la independencia nacional?

No se trata de chovinismo, sino que debemos ir acostumbrándonos a que los temas de Cuba deben ser abordados entre cubanos, aunque pensemos radicalmente diferente en algunas cuestiones. De seguir a remolque de Bruselas o Washington, corremos el riesgo de sufrir a muchos Carromeros transmutados en aquel legendario personaje de El derecho de nacer, Don Rafael del Junco, que sabía un secreto, pero no hablaba.

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