lundi 10 novembre 2014

La falacia de la “soberanía” cubana

La Habana | 
En los años 70, Fidel Castro se burlaba públicamente del embargo (“bloqueo”, en el argot revolucionario). Para entonces la muy cacareada soberanía cubana omitía la humillante subordinación a la Unión Soviética, refrendada jurídicamente en la Constitución, y en virtud de la cual Cuba se erigía como base estratégica del imperio comunista ruso en el hemisferio occidental, incluyendo en esas relaciones de servidumbre la fallida tentativa de crear una base de ojivas nucleares rusas en los inicios de la era castrista, la existencia de una base de espionaje soviética en la Isla, tropas militares soviéticas en territorio cubano, la construcción de una planta termonuclear –afortunadamente nunca terminada–, el envío de tropas cubanas para fomentar y/o apoyar conflictos armados en América Latina y África, entre otros compromisos cuya envergadura y costo aún no han sido revelados.
En compensación, la Unión Soviética sostenía el sistema cubano a través de enormes subsidios, que permitieron el mantenimiento de los fabulosos programas de salud y educación en la Isla, así como otras prestaciones sociales. Para entonces, el llamado “bloqueo” norteamericano quedaba circunscrito a los manuales de enseñanza y adoctrinamiento en las escuelas, o se mencionaba en algún que otro discurso oficial, siempre que fuera oportuno para justificar la ineficiencia productiva o alguna carencia que el bloque comunista europeo no era capaz de cubrir.
Tras la desaparición de la Unión Soviética y del socialismo de Europa del Este, el régimen administró con relativo éxito una crisis económica sin precedentes en Cuba
Tras la desaparición de la Unión Soviética y del socialismo de Europa del Este, el régimen administró con relativo éxito una crisis económica sin precedentes en Cuba, eufemísticamente conocida como “Período Especial”, gracias a dos factores claves: las inversiones extranjeras de un grupo de empresarios aventureros que creyeron que un mercado virgen y un sistema en ruinas eran condiciones suficientes para negociar ventajosamente; y la obligada apertura a la iniciativa privada bajo la forma de pequeños negocios familiares. Dos elementos que habían sido demonizados durante décadas, desde la nacionalización de las empresas de capital extranjero a inicios de los años 60, y posteriormente con la intervención de la pequeña propiedad durante la llamada Ofensiva Revolucionaria de 1968.
A finales de la década de los 90, sin embargo, apareció una nueva posibilidad de subsidios, bajo la forma del caudillo venezolano Hugo Chávez, cuyo gobierno profundamente populista y personalista asumió la manutención del sistema castrista en base a la explotación y dilapidación despiadada del petróleo de ese país, sosteniendo con ello, a la vez, el mito de la soberanía cubana, sobre el que se cimenta el metarrelato revolucionario antiimperialista (David versus Goliat)  interpretado hasta la saciedad en esta ignorante y supersticiosa región por la pléyade intelectual oportunista de izquierdas, de la cual Latinoamérica es tan fecunda.
Eso explica que, transcurridos más de medio siglo de revolución, Cuba siga siendo una de las naciones más dependientes del mundo occidental… y a la vez la más “soberana”. Aunque en la actualidad sea vox pópuli, a partir del propio reconocimiento oficial, la dependencia del destino final de la Isla a las inversiones del capital extranjero. Resulta que en esta nación tan independiente y soberana ya los oligarcas verde-olivo no se burlan del embargo, sino que gimen por su supresión. Probablemente sus capitales personales, fruto de la depredación del erario nacional, estén confortablemente a salvo en los fondos y bóvedas de bancos extranjeros, pero sin inversiones foráneas los días de su reinado están contados.
Desde la caída del Muro de Berlín han transitado por el poder unas seis administraciones estadounidenses (...) mientras en Cuba se mantiene el mismo sistema
Desde la caída del Muro de Berlín han transitado por el poder unas seis administraciones estadounidenses, tres presidentes han gobernado en la Rusia post-comunista y varios más se han sucedido en los gobiernos de los países de Europa del Este, mientras en Cuba se mantiene el mismo sistema de gobierno impuesto por la sucesión de los hermanos Castro, con ajustes y “renovaciones” que apenas sirven para encubrir la capacidad mimética de una camarilla militar elite en transición al capitalismo de Estado, administradora de un monopolio económico y político que intenta sobrevivir exitosamente a la inevitable transformación del tardo-castrismo en algo que nadie sabe a ciencia cierta qué será.
Actualmente, mientras otros dirimen los destinos de Cuba, los cubanos sujetos siempre a poderes extraterritoriales y a merced de una autocracia octogenaria –pero lo suficientemente soberbios o estúpidos para no reconocerlo y demasiado mansos como para rebelarnos– hemos acabado ganando una sola carta: la de la mendicidad. Solo que también la elite verde olivo posa de pordiosera, con las “soberanas” manos palmas arriba, solicitando la limosna del capital extranjero. La realidad ha acabado imponiéndose al discurso: nunca antes fuimos más dependientes.

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