vendredi 16 novembre 2012

La nueva izquierda cubana: ¿callejón sin salida? - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro

La nueva izquierda cubana: ¿callejón sin salida? - Artículos - Opinión - Cuba Encuentro


Ariel Hidalgo, Miami | 13/11/2012 10:07 am


Leyendo los textos de muchos de los integrantes de lo que ha venido a conocerse como “nueva izquierda cubana”, sacaría uno la conclusión de que no hay posibilidad alguna para que nuestro país alcance algún día el atesorado sueño de varias generaciones de una sociedad donde reine la justicia social, la reivindicación de los trabajadores y la soberanía del pueblo cubano. Tal parece que estuviesen preparándose para una lucha futura, no para hoy, sino para un mañana que aún requeriría un gradual proceso de transición, para cuando se reinstaure el viejo orden burgués con el predominio de las grandes trasnacionales en un mundo globalizado. De ahí que alguno, como Karel Negrete, deObservatorio Crítico, no manifieste apuro alguno cuando, en la segunda parte de su respuesta al “Llamamiento Urgente para una Cuba mejor y posible”, firmado por más de trescientos cubanos, manifieste que “cuando llegue el momento de entrar en el juego de la democracia liberal (que va a llegar), más que teorizar sobre la democracia, habrá que realizar propuestas concretas en este tema”, un artículo que cierra con esta advertencia: “la nueva izquierda cubana no debe desesperarse en crear alianzas que después pueda lamentar”. Y en consecuencia, la estrategia de él y de muchos de sus compañeros es ir creando, pacientemente, las bases de relaciones socialistas con proyectos autogestionarios en medio de un marco donde reina el monopolio estatal y se avizora la llegada masiva de las trasnacionales.
Lamentablemente nada de eso será posible, pues hay sobradas razones para afirmar que cuando se instaure lo que Negrete llama “el juego de la democracia liberal”, no habrá otro destino para él y otros como él, que morir de viejos mascullando una retórica para entonces considerada “obsoleta”, o, a tono con esos nuevos tiempos, old fashion. Bastaría con exponer algunas de ellas:
- Gran parte de la población, por su traumática experiencia bajo un régimen que nada tenía de socialismo pero que se presentaba como tal, será alérgica a todo lo que se parezca o tenga que ver con esa ideología y será receptiva al discurso que embotará sus mentes durante campañas electorales financiadas por grandes intereses. Basta solo con mirar cuál ha sido el destino de Rusia y de todos los demás países de la antigua Unión Soviética y del campo socialista tras la restauración del orden capitalista.
- Todos los caminos quedarán cerrados para aquellos elementos que pretendan cambios sociales, dirigidos no ya a la realización de un proyecto libertario o socialista democrático, sino incluso reformas que sin alterar el sistema, procuren mejorar la suerte de los menos favorecidos, porque ya los tiempos de las reformas social-democráticas se acabaron con el derrumbe de la Unión Soviética y del campo socialista: los grandes poderes no necesitan conceder migajas a los desposeídos para desviar su atención de modelos alternativos al orden burgués, porque ya, en un mundo unipolar, ese modelo no ofrece peligro, no solo porque fue desmantelado sino incluso desacreditado como inviable.
- Crear proyectos autogestionarios y cooperativos para generar las bases sociales de una futura lucha posterior al actual sistema de Estado monopolista centralizado es muy loable, pero tales proyectos tendrán muy pocas posibilidades, no ya de desarrollarse, sino incluso de sobrevivir en los marcos de un orden que respondería por entero a los intereses del gran capital.
- Tras la descentralización privatizadora de esa transición, se levantarán nuevas barreras de clase muy difíciles de derribar porque estarán apuntaladas por los grandes poderes internacionales y se perderá la oportunidad de la justificación presente para emprender un nuevo proceso revolucionario contra la actual monopolización estatal de todos los medios de producción, consistente, no ya en la intervención de bienes de capitalistas y terratenientes —ya esto no hay que hacerlo, se hizo en los 60—, sino la intervención de un solo propietario: el Estado. Es decir, el camino ya andado que permite hoy al Partido-Estado hablar de socialismo aun cuando en realidad lo que existe es un socialismo formal y no real, permite también a las fuerzas realmente democráticas ahorrarse ese camino de traumáticas luchas de clases porque sólo tendrían que enfrentarse a la burocracia y transmutar lo formal en real, transformar propiedades estatales en sociales poniéndolas bajo el control directo de los trabajadores. Pero si se produce la privatización neoliberal, quedaría desandado ese camino y nos veríamos de regreso al punto de partida. ¿Para hacer luego qué? ¿Para reiniciar nuevamente una lucha de clases que ya se hizo anteriormente con pésimos resultados? ¿Quiénes del pueblo apoyarán algo así?
En otras palabras, si se produce la restauración del viejo orden, no quedará posibilidad alguna de revertirlo nuevamente para crear una sociedad realmente participativa. Si los únicos capaces de hacer realidad los sueños de legítima libertad y de reivindicaciones sociales por su influencia en un ámbito político-cultural que hasta el presente ha sido sostén del régimen, piensan esperar esa restauración, no queda una pizca de esperanza de realizarlos y hay que enfrentar la dura realidad de que solo hemos construido castillos en el aire, castillos que jamás tendrán cimiento en el suelo de la patria.
Lo que haya que hacer, por tanto, hay que hacerlo ahora y para ahora, porque mañana será demasiado tarde. La supuesta futura lucha de clases, que en tal caso sería contra el orden burgués, deberá adelantarse y librarse contra la burocracia gerentocrática del presente, algo que ya está sucediendo en el terreno de las ideas pero que hay que llevar con urgencia al plano político. Sin embargo, este desafío solo sería posible si toda esa nueva izquierda se une y requeriría además la integración de todas las fuerzas realmente democráticas, incluyendo aquellas tanto de la Diáspora como de la disidencia interna, coincidentes en el objetivo de crear una sociedad participativa, en su estrategia no violenta y en su defensa de la soberanía nacional frente a políticas injerencistas de otros Estados. Estos postulados, así como el número de grupos prestigiosos que los comparten, harían suficientemente respetable esta alianza como para contar con poder de convocatoria entre los sectores más conscientes de la sociedad y movilizarlos para promover un cambio efectivo de las relaciones de producción, esto es, una segunda revolución, o si se quiere, una segunda etapa de la que se iniciara en 1959, pero no ya centralizadora hacia el fortalecimiento del Estado, sino descentralizadora hacia el fortalecimiento de las bases sociales y en particular de los trabajadores.
Esta segunda etapa significaría la realización del proceso de socialización que quedará suspendido tras la estatización de los medios de producción y que desde el punto de vista administrativo no sería tan dramática como la primera, ni como los procesos privatizadores del antiguo campo socialista que implicaron la irrupción de nuevos agentes económicos ajenos al proceso productivo —en la cubana de los 60, la intervención del Estado; y en la de Europa del Este en los 90, con la irrupción de grandes compañías privadas—, pues solo requeriría invertir los procesos de nombramientos de cargos administrativos, ya no desde arriba por el Estado, sino desde abajo por las bases laborales. Tampoco sería imprescindible aplicar la violencia en el terreno político para intervenir esos bienes al Estado si se logra una efectiva y generalizada movilización de la sociedad civil. Esta última solo podría convertirse en un motor gigante y poderoso si se logra armar un pequeño motor que lo ponga a funcionar: la alianza de todas las fuerzas realmente democráticas.
El tiempo se está acabando. Llegará un momento en el devenir cubano que podrá calificarse de hora cero. La desesperación hará que las multitudes se lancen a las calles, la burocracia corrupta que hundió al país en una profunda crisis pactará con las trasnacionales y algunos, incluso, con los carteles de la droga[1]. Habrá matanzas en la vía pública, éxodos masivos incontrolados y hasta probablemente una intervención militar norteamericana. Y ya nada ni nadie podrá evitarlo. Nada podrá hacerse ya cuando llegue esa hora. Ese momento no está ya muy lejos.
Es hora de echar a un lado celos, recelos y resquemores, en tiempos en que la patria se hunde en el abismo, y esto no es una simple y manida metáfora.

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